Hace 100 años el mundo occidental, vivió la llamada fiebre del radio, este elemento químico recién descubierto, se consideraba el colmo de la modernidad. Todo llevaba radio: píldoras y vendajes, dentífricos y maquillaje, las jarras de agua... cualquier producto que llevase radio (producto altamente radiactivo) se convertía en un éxito de ventas. Cualquier remedio farmacológico que contuviese radio se vendía al instante como si de algo milagroso se tratase.
La locura radiactiva llega a prácticamente cualquier producto, pero las empresas que fabricaban relojes se suben al carro de inmediato. Los números de los relojes de pared, de pulsera y los despertadores comienzan a pintarse con tintas que contienen radio. La mezcla hacía que los números brillaran en la oscuridad. ¡Quien podía resistirse a ello! abrir los ojos en medio de una oscura noche y ver la hora en la oscuridad, era verdadera magia.
En ese contexto comienza la historia que venimos a contar hoy. Una historia de capitalismo machista, que da lugar a que un grupo de mujeres se conviertan en las precursoras de lo que hoy llamamos Planes de Seguridad Laboral. Ellas han pasado a la historia como Las chicas del radio, gracias al estudio de Kate Moore.
Las chicas del Radio, fueron las empleadas de una fábrica de relojes en los felices años 20 en EEUU. Por primera vez las mujeres jóvenes de ese tiempo podían soñar con trabajar y ganar dinero propio, con tener una cuenta bancaria y poder emanciparse sin depender económica y moralmente de un hombre. Fueron muchas las que trabajaron en la sección del pintado de números con radio y muchas más las que esperaban a ser contratadas por la empresa, puesto que era un trabajo muy bien remunerado y sencillo de realizar. La sección, estaba únicamente compuesta por mujeres con el pretexto de que ellas eran mas delicadas y ese era la mayor de la destreza y requerimiento para las empleadas que se dedicaban a pintar con precisión los números de las esferas de los relojes.
Los patronos instaban a las mujeres a afilar los pinceles con los que pintaban, con su propia saliva, alegando que se ganaba mucha precisión. Los problemas bucales no tardaban en aparecer en las trabajadoras - chupar radio, no es muy seguro que digamos - Comenzaban por perder piezas dentales, pero pronto la debilidad osea pasaba al resto del cuerpo. Muchas morían en poco tiempo, negando la empresa (por supuesto) cualquier tipo de responsabilidad.
La empresa llegó a comprar los diagnósticos médicos y los estudios forenses, haciendo creer a las familias de las enfermas y de las fallecidas que eran casos de sífilis - creo necesario recordar que la sífilis es una enfermedad de contagio sexual muy extendida y que solo nombrarla hacía que la mujer que la sufría generase entre sus seres queridos vergüenza en vez de compasión (que estrategia más buena la del patriarcado de convertirnos siempre en putas, en brujas o en locas) -
No fueron pocas las que perdieron la vida y la salud, pero en 1922 tuvieron la valentía de unirse para denunciar lo que saltaba a la vista. Con mucho esfuerzo, un grupo de mujeres logró demostrar la negligencia de la patronal. Ellas movieron la maquinaria para estimular el estudio del nuevo compuesto químico para determinar que era nocivo y gracias a ellas se dejó de usar en infinidad de productos, por tanto, liberaron de la enfermedad y la muerte a mucha gente y sobretodo fueron las precursoras de los estudios de riesgos laborales y el control de la seguridad en las industrias.
En este ensayo Kate Moore, hace pública su investigación sobre este espeluznante caso de misoginia y malversación del poder de la industria. Uno de tantos casos que se denuncian desde el ecofeminismo donde la explotación de la mujer y la explotación de la naturaleza están siempre en la base de el crecimiento económico desenfrenado que persiguen las sociedades industrializadas.
Como paisaje sonoro para este artículo dejo una lista de escucha generada el año pasado. Es el sonido de las divas de los años 20, 30 y 40 del siglo pasado. El sonido de la femineidad desenfadada e histriónica que creía que todo era posible.
Artículo financiado por el
Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha 2022.
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