Nos preguntábamos: En este punto de hibridación, ¿qué es "lo rural"?
Asociamos rural a campo, pero también a pueblo porque asociamos pueblo a las labores agropecuarias y a la economía del sector primario. Pero la economía en los pueblos se ha diversificado y hay vida más allá de las labores del campo y el procesado de alimentos. Entonces, ¿asumimos un cambio semántico que incluya las formas de vida actuales de un pueblo y amplíe los horizontes de esa palabra o inventamos un término nuevo para ellas y dejamos “rural” para el sentido primario que quedará relegado a los museos, al imaginario poético de una forma de vida que desaparece? Que está condenada a la desaparición. Como pareciera lo están los robles intervenidos por la artista, educadora y activista medioambiental Lucía Loren en su obra El bosque hueco, en Puebla de la Sierra (Madrid, 73 habitantes), debido a su estado de abandono: hace más de cuarenta años que nadie los ha trasmochado.
El trasmoche de algunos árboles como robles y fresnos es un proceso habitual en el medio rural desde hace siglos, ya que es una forma de alimentar al ganado (dejando las ramas cortadas en el suelo para que coman las hojas y las ramas verdes) y de hacer leña con los restos que dejan. Una vez han sido trasmochados, hay que seguir haciéndolo pues si no, tienen muchas posibilidades de morir: se produce un desequilibrio en su estructura lo que les hace más propensos a sufrir daños por vendavales o acumulación de nieve o incluso a colapsar por su propio peso. La intervención de Lucía, con estructuras de ramas que servirán al árbol como armazón, está diseñada desde el cuidado y la idea de conservación, esperando que esta especie de prótesis ayuden a reforzar la estructura del árbol y pueda resistir mejor los embates externos, evitando que la acumulación de hojas, agua y nieve acelere su putrefacción.
[Pincha en la imagen para ver EL BOSQUE HUECO, creación audiovisual de Juanma Valentín que remarca los valores paisajísticos, culturales y estéticos de un paisaje vivo. Lucia Loren realiza una serie de intervenciones en la naturaleza en las que ensalza el árbol como parte fundamental de un paisaje y su memoria. Estas intervenciones han servido de hilo conductor para que hablen las voces de lxs que pueblan este lugar, conformando un tejido de pensamientos y sentires que nos hablan de la importancia del entorno que habitan.]
En este vídeo sobre la obra, se muestra el daño ecológico que ha producido el abandono de trabajos campesinos como el ramoneo, como consecuencia de la despoblación y el cambio de vida. También pueden escucharse las voces de lxs habitantes del lugar que, en sus narraciones, reflexionan sobre los cambios que se han producido en el paisaje a lo largo de los años debido a todo ello. En un momento, un paisano asevera categóricamente: “la vida rural tiene que ser rural, con animales y trabajando la tierra y de esa única manera es como se puede ser rurales” Antes nos preguntábamos qué era ser rural y él bien lo sabe, ni más ni menos que su propia vida y experiencia, y lo define en unos términos mucho más corpóreos y certeros e inmediatos que el diccionario de la RAE, más abstracto y frío: “perteneciente o relativo a la vida del campo y a sus labores".
Bueno, en el diccionario esta es la primera acepción, hay otra: “Inculto, tosco, apegado a cosas lugareñas” Del mismo modo que esta segunda acepción sigue a la primera en las líneas del diccionario, en nuestro cerebro es muy probable/fácil que ocurra lo mismo cuando escuchamos o leemos la palabra: siempre la imagen del paleto pegada como una sombra. Para la lengua española, que es nada menos que nuestro código de comunicación y nuestra posibilidad de expresar y comprender el mundo, la palabra rural arrastra tras de sí esa connotación negativa. La visión detrás de esa imagen, que no es nueva sino que procede de un desprecio histórico, encierra un punto de vista de superioridad desde un clasismo urbanita muy claro. Que cultivada sea una persona refinada que ha recibido cierto tipo de instrucción, que el refinamiento tenga que ver con los modales burgueses, con el ocio y los intereses urbanos, y el desprecio que eso supone hacia lo que se considera lo contrario.
Detrás de esta acepción también se encuentra el imaginario creado por la enorme cantidad de obras de nuestra tradición literaria que durante siglos han representado la identidad rural a partir de estereotipos negativos como “Incultos, ignorantes, limitados, espesos, zoquetes, toscos, estrechos, anticuados, atrasados, incoherentes, informales, carentes de modales, sucios, abandonados, asilvestrados, inmorales, desobedientes, ladrones, mentirosos, falsos, ruines, hipócritas, herejes, degenerados, supersticiosos, tarados, grotescos, horteras, feos, insensibles, rencorosos, sórdidos, tozudos, cotillas, egoístas, avariciosos, insolidarios, individualistas, interesados, malhumorados y a menudo violentos.” Para Marc Badal, autor de esta lista de adjetivos recopilados en ellas, “en buena medida, dichos tópicos siguen plenamente vigentes: si los campesinos eran sucios, ahora los agricultores y ganaderos no ecológicos son 'contaminadores'. Si los campesinos eran perezosos intelectuales, ahora los agricultores carecen de espíritu emprendedor y por eso sus explotaciones tienen que cerrar la persiana. Además, se cree que los agricultores son, por definición, cobradores de subvenciones, que la gente de pueblo vota siempre al PP y que no se enteran de qué pasa en el mundo ni les importa”
El cristo de Sahúco. Peñas de San Pedro (Albacete) Cristina García Rodero (1982) |
Me pregunto si eso es lo que late en el fondo de mi desidentificación con la etiqueta "mujer rural", si viene del reparo a verme juzgada desde esa visión tan peyorativa. O si es mi propio sentimiento de superioridad generado por la asimilación de los valores burgueses de mi cultura de adopción, la urbana y académica, a la que mi propia familia campesina me impulsó haciéndome llegar constantemente el mensaje de que para ser alguien en la vida, para que la familia pudiera progresar, subir en el escalafón social, tenía que estudiar, ir a la universidad y ganarme un buen sueldo, cosa que solo sería posible en la ciudad. Les parecía que lxs que se iban progresaban porque se hacían casas nuevas y traían coches elegantes. No puedo evitar sentir una tristeza profunda al pensar en lo que eso realmente significa: ¿ellxs, personas trabajadoras y honradas que han provisto de alimento a la España de la posguerra y el franquismo, se sienten verdaderamente nadie?
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