Llega diciembre y para muchas de nosotras llega: LA ACEITUNA. Pringar en el campo el puente de la Constitución o las Navidades, solo salvarnos en caso de lluvia.
En mi pueblo, situado en la Mancha alta conquense, los olivares que hay son pequeños, de autoconsumo, y son muchas las familias las que tienen una cita inexcusable estos días para ir a recoger aceituna. Estas labores convocan, normalmente, a gran parte de sus miembros, en parte porque no requieren especiales destrezas y conocimientos, en parte por no ser el sustento principal de la economía familiar pero sí un bien común. Las familias viven de otros ingresos, normalmente cambian los kilos por garrafas de aceite en la almazara, y, en algunos casos, es un encuentro que junta a todxs y por tanto tiene algo también de celebración.
En casa de mi abuela, las mayores se encargan de hacer la merienda, lxs demás nos vamos al olivar a hacer lo que cada unx puede/quiere: el perro de mi hermano pedir que le eches un tarugo gigante que ha cogido por palo, mi primo pequeño echarse al sol en la tierra colindante con el cojín de arrodillarse como almohada, mi padre ir con la vara eléctrica a destajo, lxs demás mover y vaciar las lonas, llenar las espuertas y los sacos, hablar, decir tontunas, cantar y reír; y todxs comer con buena hambre todas las cosas ricas que han guisado para nosotrxs: la tortilla de patata, los chorizos y el jamón y los pimientos fritos, el magro con tomate... A mí la merienda en el campo ya me compensa el ir a trabajar, y si hace un día bueno, me parece el plan perfecto...
Preparando la merienda y aprendiendo su lugar en el mundo |
En mi familia esta situación es bastante reciente, no siempre fue así. Mientras mis abuelxs llevaban las tierras y la economía con el tío Perico y la Albinita, iban a la aceituna los cuatro, cada cual con su rastrillo y su "basqué" al cuello y ellxs solxs se bastaban. Ante la pregunta de si había diferencia entre lo que hacían las mujeres y los hombres, mi abuela recuerda con mucha nitidez que las del suelo solo las cogían ellas, arrodilladas sobre un cojín sobre la tierra helada y “no dejábamos ni una”.
Familia cogiendo aceituna (1930). Foto tomada de esta página |
Después de que separaran el negocio cuando mi abuelo se hizo mayor, entonces empezamos a ir a ayudarles nosotrxs, y ellxs siguieron yendo hasta los ochenta años.
Jesús Moreno y Juliana Solano. Enero, 2011. |
El primer año que no vinieron, compraron una vara eléctrica para que tardáramos menos.
Ahora ya casi no cogemos las del suelo, pero cuando sí lo hacíamos, recuerdo que éramos mi madre, mis primas, yo… mi tío de vez en cuando... pero muy pocas veces he visto a mi hermano, ninguna a mi padre ni a nuestros novios… Y recuerdo también cómo en ocasiones se aludía a la tarea del suelo como algo insignificante para el total de kilos, dando más importancia al vareado y las lonas, es decir, aquellas tareas en las que se emplea una mayor fuerza, se usa el motor, y se observa un mayor resultado. Bueno, pues aquí tenemos un ejemplo más de los muchos que vemos todos los días en todos los ámbitos laborales: el menosprecio del trabajo feminizado, es decir, el trabajo realizado mayoritariamente por mujeres, y hacia el que se han inclinado o en el que han acabado encasilladas, por dictamen social de género. Y otro ejemplo más de que si las mujeres se niegan a hacerlo, no lo hace nadie.
Nosotras ahora no somos tan pulcras. El suelo muchas veces ni lo tocamos |
Siguiendo la historia de mi familia desde la perspectiva de la economía rural, me doy cuenta de un proceso, que ha ido cambiando el trabajo y la forma de vida campesina pero también los roles de género dentro de ellos, según se han ido motorizando las labores agrícolas.
Antes de que apareciera el motor en sus vidas, las mujeres campesinas, además de la aceituna, también iban a trabajar al campo, entre otras cosas:
A segar, con sus faldas largas, sus camisas bien cerradas, sus pañuelos y sus sombreros.
A escardar.
A coger yeros (semillas negras redondas como si fueran cañamones que usaban de pienso para el ganado) y titos (que es como llaman en mi pueblo a las almortas, para harina de gachas, y que dice mi madre además que estaban dulces, riquísimas cuando estaban verdes, y que su padre siempre les traía un manojo para que los pudieran probar).
A recoger lentejas y garbanzos (para San Miguel, era costumbre echar lumbre en el campo y hacer moraga para comer en el descanso).
...
Cuando compraron la cosechadora, se acabó para ellas segar… A las pipas siguieron yendo porque sembraban pipas blancas y, por su altura, era necesario ir cortando las tortas con la hoz e irlas arrojando al rulo de la cosechadora, así que se necesitaban muchas manos. Después, para las pipas negras se bastaban la máquina y los hombres, que se quedaron al mando de la máquina. Gracias a ella, muchas labores agrícolas pudieron hacerse entre pocas personas, y pasaron a ser feudo de los hombres.
Las mujeres siguieron con el resto de sus cosas. Mi abuela, Juliana Solano Toledo (la nombro como mujer completa que es muchas cosas más que “mi abuela”, aunque a veces se me olvide), me cuenta:
“He criado corderos y con la borrica bien temprano todas las mañanas me iba por ahí al campo a ver qué encontraba pa ir a echarles de comer. Y la Albinita y yo criábamos también a los gorrinos y hacíamos queso porque teníamos ovejas en la dula”. “Cuando se ponía de parto la gorrina de cría, a la corte que estaba donde Perico las dos a pasarnos toa la noche, pa que no aplastara a ningún gorrinete...” Dice que todos los días ordeñaban a las ovejas y que se quedaban con un poco de leche para hacer un queso diario para el autoconsumo y que el resto se la vendían a un lechero que venía también todos los días a por ella. Y que eso mismo hacían con todo lo que producían y no consumían. De esta manera, el consumo familiar apenas generaba gastos fuera de la casa: no necesitaban comprar nada para comer, se tejían la ropa y lo que conseguían vendiendo los huevos, la leche, los corderos, la carne de la matanza…, era para ir comprando las cosas del día a día. Así, el dinero que venía de los cultivos más grandes se tocaba lo mínimo y lo que iban ahorrando lo reinvertían en comprar maquinaria y aperos y tierras.
Poco a poco, empezaron a priorizar el cultivo en extensivo. La industrialización agrícola se había impuesto: invertir en la motorización de las labores les permitía cultivar más tierra en menos tiempo, incluso trabajar las tierras de otrxs, mientras que el uso de agroquímicos les proporcionaba mayor producción en las cosechas y, por tanto, más dinero. Así, el resto de labores “menores” que formaban parte de la economía familiar y que habían quedado en manos de las mujeres, fueron eliminándose. Hasta quedarse en la aceituna y unas pocas gallinas y un par de gorrinas. Y, por supuesto, todo el trabajo de cuidados del hogar y lxs hijxs que no he mencionado en ningún momento porque el artículo está enfocado en las tareas agrícolas y ganaderas, pero que ahí estaban.
Me parece muy evidente de repente (aunque supongo que estará estudiado y muchas ya lo sepáis), que con la llegada del motor a la agricultura campesina se separan más las tareas de hombres y mujeres, se pierden muchos espacios comunes y, en la nueva distribución, las tareas femeninas van recluyéndose cada vez más en el espacio de la casa (lo que suponía imitar el modelo burgués de familia, cuando venían de ser precisamente una excepción que confrontaba ese imaginario del ángel del hogar) y quedándose limitadas a actividades para el autoconsumo, que generan poco dinero aunque evitan gastar, mientras que los ingresos mayores vienen de los cultivos extensivos que quedan en manos de los hombres. Efectivamente, comparando los ingresos del trabajo de unos y de otras, hay mucha diferencia, y eso se ha utilizado para seguir afianzando el poder del hombre de la casa. Cuando se decía que el hombre era el proveedor que traía el pan a la casa... ¿eso se decía también en los pueblos? Porque cualquiera con ojos podía ver que eso no era para nada así.
Recoger la aceituna en estos pueblos es, para muchxs ya, una de las pocas cosas que nos ponen en contacto directo con nuestra tierra y nuestro pasado campesino. En algún momento me pareció fastidioso, pero ahora en verdad creo que es una alegría y una suerte poder pertenecer a algo así. ¿Y vosotras, cómo lo lleváis? ¿Nos contáis vuestra experiencia aceitunera?
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ResponderEliminarLa recogida de aceitunas es una trabajo laborioso y cansado, pero nos da uno de los mejores productos de nuestra gastronomía, la aceituna, y con ello una joya de nuestra cocina como lo es el aceite de oliva virgen extra.
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