Hay disparidad en las causas que se establecen como responsables del cambio de paradigma.
Son muchas las teorías, pero yo creo que no hay una cuestión decisiva que inclinase a los pueblos hacia la elevación de los valores masculinos hasta anular los femeninos. Mucho menos creo en que fuese algo pretendido y esperado desde el principio. No creo en conspiranoias, ni en la maldad del ser humano. Creo que la historia está compuesta de muchos días y muchas horas, muchos momentos y muchas, muchas, personas tomando decisiones - unas más acertadas y altruistas que otras - para la buena marcha de sus vidas. Por eso creo que cualquier explicación sobre el paso de la ginecocracia al patriarcado será una verdad sesgada.
Imagen perteneciente a la película animada Sender Masochism de la artista Nina Paley
Una vez aclarada esta cuestión, en este artículo quiero mostrar las distintas hipótesis que se barajan sobre la caida de las sociedades prepatriarcales y los porqués del auge de los valores masculinos.
Comienzo con la teoría que lanza Marija Gimbutas. Ella cree que los dioses guerreros comienzan a eclipsar a la diosa Madre en el transcurso de 1.000 años - entre el 5.000 y el 4.000 a.C. - época en la cual se normalizaron las invasiones de los pueblos de la cultura kurgana procedentes de Rusia. Los kurganos eran un pueblo nómada cuyo gran aporte a la humanidad fue la domesticación del caballo. Gracias a esta fuerza animal eran capaces de recorrer grandes distancias en poco tiempo. Solo la domesticación de esos grandes mamíferos ya hacía de ellos (a los ojos de nuestros tranquilos pobladores europeos) seres superiores cercanos a los dioses. En palabras de la socióloga Ana Dolores Verdú Delgado
“Las guerras garantizarían el poder de los hombres, tanto en el acceso a los recursos como en el plano simbólico, ya que justificaría el ensalzamiento de los valores masculinos y la preferencia de los dioses frente a las diosas. Es decir, la destrucción del poder de las mujeres como creadoras de vida debió producirse paralelamente a la glorificación del poder de dar muerte, y a medida que este poder se hacía más central para la supervivencia del grupo, con más contundencia parecían eliminarse los antiguos símbolos del poder femenino."
Estudiosos como Giuditta LoRusso, en su ensayo Hombres y padres: la
oscura cuestión masculina, o el
antropólogo Bruno Bettelheim en Heridas
simbólicas: los ritos de pubertad y el macho envidioso, por poner varios
ejemplos concretos, defienden que el
descubrimiento del poder fecundador del esperma masculino dotó a los varones de
nuestra especie de una sensación de poder y trascendencia que jamás antes
habían tenido. Se estima que entre el 4500 y el 2500 a. C. se comenzó a tener
constancia de ello. Este descubrimiento acercaba a los varones a sensar cierto
grado de inmortalidad y fue esta sensación la que hizo que quisieran garantizar
su continuidad a través de su genética. Las madres tenían asegurado su papel,
pero ello tenían que asegurarse de que los hijos eran suyos. Así comienza la tiranía sobre las hembras, sus cuerpos y su capacidad generadora de vida.
El antropólogo Levi-Strauss creía
que el declive de los valores femeninos, y con ellos la caída de la hegemonía
de la Diosa, se dieron en el tiempo en el que comenzó a usarse el intercambio
de esposas para garantizar la paz y la mezcla genética entre tribus. Esta
práctica acentuó la consideración de la mujer y su poder reproductor, como un
objeto que se utilizaba para su favor.
Friedrich Engels, cofundador del marxismo, creía que la desaparición de la Gran Diosa y la derrota histórica del sexo femenino y las relaciones pacíficas de las sociedades se debía al surgimiento de la propiedad privada.
Simone de Beauboir, con su metáfora del herrero, defiende que en el momento en que varón fue
capaz de extraer metales y moldearlos a fuerza de fuego y violencia para
convertirlos en armas y herramientas, dejó de ver en la Naturaleza (y por tanto
también en la mujer) como una interlocutora a la que hay que escuchar,
comprender, mediar y aceptar si se quiere sobrevivir, para sentirla como objeto
a dominar violentamente, corregir y dar una nueva forma que responda a sus
demandas.
La tesis que Leonard Shlain
plantea en El alfabeto contra la diosa
es que es el invento de la escritura es el factor definitivo para derrocar el
culto a la Gran Madre. Primero la escritura cuneiforme (tablilla cuneiforme
mesopotámica en la imagen de la derecha) o pictográfica, luego el alfabeto como
la forma más perfeccionada que firmó sentencia de muerte a los valores
femeninos. Los alfabetos alteraron la percepción de la vida. La palabra escrita
otorgaba la inmortalidad y hacía firme y rotunda cualquier sentencia, fue este
invento decisivo para la puesta en marcha de los primeros códigos legales, la
plasmación de la palabra de Dios como algo inamovible y la obediencia a través
del miedo. La palabra escrita dio mayor importancia a la estabilidad que al
movimiento justo en un momento en que el ser humano se desvinculó de su vida en
ligada a todo lo natural. El poder de lo masculino, y con él el desbancamiento
de todo lo femenino había llegado para quedarse, de la misma manera que la
letra imprimada en piedra o arcilla perduraba eternamente, frente a la palabra
hablada que volaba con el viento.
Gerda Lerner en su obra más conocida La creación del patriarcado, hace una
revisión justa y exhaustiva de los cambios que experimento el orden humano con
el surgimiento de las civilización mesopotámica y egipcia. La lectura de este tratado es altamente
esclarecedora.
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