Llega a mi este canto de origen a través de Robin Wall Kimmerer - bióloga, poeta y descendiente de la tribu Potawatomi - lo cuenta tal y como ella lo aprendió de sus ancestros, en su libro "Una trenza de hierba sagrada"
Imagen de Robin Wall Kimmerer, recogida de aquí |
"Cayó como cae una semilla de arce, dibujando una pirueta en la brisa otoñal. De una abertura en el Mundo del cielo surgió un haz de luz, que le indicó el camino allí donde antes solo había oscuridad. Tardó mucho tiempo en caer. Traía un paquete en el puño cerrado.
Mientras se precipitaba, no veía más que una oscura extensión de agua. Un vacío en el que, sin embargo, había muchos ojos, fijos en el chorro inesperado de luz. Vieron algo muy pequeño, una mota de polvo en el rayo. Según se acercaba, observaron que era una mujer, con los brazos estirados y una larga melena oscura extendiéndose a su espalda, que se dirigía hacia ellos dibujando una espiral.
Los gansos se miraron y se hicieron una señal y levantaron el vuelo en una algarada de música ansarina. La mujer sintió el batir de alas que trataba de amortiguar su caída. Lejos del único hogar que había conocido, aguantó la respiración y se dejó envolver por las plumas suaves y cálidas que acompañaban su caída. Y así comenzó.
Los gansos no podían aguantar a la mujer sobre el agua mucho tiempo, por lo que convocaron una reunión para decidir qué habría que hacerse. Ella, sobre las alas de los gansos, vio cómo se acercaban todos: colimbos, nutrias, cisnes, castores, toda clase de peces. En el centro se colocó una inmensa tortuga y le ofreció el caparazón para que descansara. Agradecida, pasó de las alas de los gansos a la superficie abovedada de su espalda. Todos los animales presentes comprendieron que la mujer necesitaba tierra para crear su hogar y debatieron la manera de ayudarla. Los grandes buceadores habían oído hablar del cieno en el fondo del agua y decidieron ir a buscar un poco.
Colimbo fue el primero, pero el fondo estaba demasiado lejos y al cabo de un rato regresó a la superficie sin recompensa a sus esfuerzos. Uno tras otro, el resto de los animales lo intentaron - Nutria, Castor, Esturión -. pero la profundidad, la oscuridad y la presión eran obstáculos demasiado grandes hasta para el mejor de los nadadores. Volvían faltos de aire y con un pesado zumbido en la cabeza. Algunos no regresaron. Muy pronto, solo quedó la pequeña Rata Almizclera, la que peor buceaba de todos. Ella también se presentó voluntaria, ante la escéptica mirada de los demás. Al sumergirse, le temblaban las patitas. Pasó mucho tiempo bajo el agua.
Todos esperaron y esperaron a que regresara, temiendo un terrible desenlace para su hermana, hasta que vieron emerger un chorro de burbujas junto al pequeño cuerpo inerte de la Rata Almizclera. Había dado su vida para ayudar a una pobre humana. Entonces observaron que tenía algo agarrado con fuerza. Le abrieron la patita y en ella había un poco de tierra de las profundidades. "Ven, ponla sobre mi espalda y yo la sostendré" dijo Tortuga.
Mujer Celeste se agachó y con sus manos extendió le lodo sobre el caparazón de Tortuga. Conmovida por los extraordinarios obsequios que le entregaban los animales, entonó un cano de agradecimiento y empezó a bailar, y sus pies acariciaban el cieno. Este creció y creció, extendiéndose gracias a la danza, y de la pizca de barro que había sobre el caparazón de Tortuga se formó toda la tierra. No solo por obre de Mujer Celeste, sino por la conjunción alguímica de su profunda gratitud y los dones de los animales. Juntos formaron lo que hoy conocemos como Isla Tortuga, nuestro hogar.
Como todo buen huésped, Mujer Celeste no venía con las manos vacías. Conservaba aún el paquete en la mano. Antes de caer por el agujero del Mundo del Cielo, se había agarrado al Árbol de la Vida, que crecía allí, y había traído consigo algunas de sus ramas: frutos y semillas de toda clase de plantas. Las repartió sobre la nueva tierra y cuidó de todas ellas hasta que el color de la tierra pasó de marrón a verde. La luz del sol manaba a través del agujero en el Mundo del Cielo y permitió que las semillas germinaran y crecieran. Por todas partes se extendieron hierbas, flores, árboles y plantas medicinales. Y muchos animales, ahora que tenían abundante comida, vinieron a vivir a Isla Tortuga.
El relato cosmológico de estas tribus, que vivían alrededor de los Grandes Lagos en EEUU, describen a Mujer Celeste, la madre de todos los seres humanos, como creadora de un jardín diverso para el disfrute y bienestar de todas las criaturas del mundo. El relato de Mujer Celeste abre los corazones de los pueblos que con esta historia de génesis se construyen, a la generosidad, a la hermandad y la aceptación de toda forma de vida, generando lazos de hermandad y gratitud entre todos los reinos vivientes y no vivientes que componen el planeta.
Carátula del audiolibro. |
El libro Una trenza de hierba sagrada es una oda a la gratitud como fórmula vital y a las redes que entrelazan la vida de este planeta. Kimmerer nos acerca, con un lenguaje entre poético y científico, a la cosmovisión de las culturas milenarias indígenas conectadas a la tierra y a los dones con los que ésta nos colma cada día.
Con el relato de Mujer Celeste, inauguramos una nueva capa en nuestro mapeado de la divinidad femenina "Cuando Dios era mujer": zonas donde se comparte mito creacional relacionado con lo femenino. Todas ellas estarán marcadas por un área en azul.
Como siempre, acabamos con música. Aquí "Épicas y mitológicas" un paisaje sonoro (de los muchos que puedes encontrar en nuestro perfil de Spotify) para acompañar la exploración de este interesante mapa sobre las deidades femeninas más desconocidas.
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