ANA MARTÍNEZ NUÑEZ (15 de septiembre de 1983) nacida en Mahora (Albacete), es madre, técnica superior de integradora social, comparte vida con su pareja y su hijo y estudia Trabajo Social a distancia. Lleva toda su vida trabajando en el sector social tocando varios ámbitos de intervención. Actualmente trabaja en una asociación de Albacete que gestiona pisos tutelados de menores.
Ana define su trabajo de integradora social como educadora de menores como un trabajo polivalente. Los niños y niñas que viven en un hogar residencial necesitan recibir una educación integral, por lo que además de cubrir sus necesidades básicas, acompaña, está disponible y atiende sus necesidades emocionales. Gestiona las dificultades individuales que van surgiendo en cuanto a su desarrollo y necesidades específicas y trata de que la convivencia en el hogar sea lo más agradable posible.
Su trabajo se realiza siempre en equipo, buscando el acuerdo común y aprovechando las fortalezas de cada miembro.
La mayoría de los niños y niñas que residen en estos centros vienen con una gran carga, una mochila de vida complicada, así que uno de sus grandes objetivos es que los días sean días felices. Ana considera fundamental mostrarles a los menores, que hay adultos que se preocupan por ellos, y que tienen un equipo de profesionales cerca para poder darles un abrazo en las dificultades que surgen y así disfrutar y apoyar los éxitos que logran, como una gran familia.
Como ya hablamos en otro artículo, los trabajos de ámbito social son trabajos muy feminizados, y el de educadora también lo es.
Ana nos cuenta que en su trabajo hay un hombre por cada 7 u 8 mujeres y afirma que su trabajo está claramente feminizado: «El trabajo en un hogar residencial de protección históricamente estaba centrado en cubrir las necesidades básicas de los niños y niñas que llegaban a vivir en uno de estos hogares, y por tanto, era un trabajo basado exclusivamente en el cuidado. Pese a haber cambiado la percepción y entender que el trabajo como educadores es mucho más amplio y, necesariamente profesionalizado, sigue siendo un trabajo feminizado.
Es más que sabido y está demostrado que el modelaje es muy positivo para que los niños y niñas que viven en estos recursos conozcan hombres adultos que los tratan bien y les inculcan valores. Es muchísimo más complicado encontrar hombres dedicados a esta profesión, aunque considero que en los equipos es muy enriquecedor que haya tanto mujeres como hombres formándolo».
En cuanto al respeto que se le tiene al equipo de trabajo, Ana nos comenta que se respeta mucho más la autoridad masculina que la femenina. Esos niños y niñas han crecido, como todos nosotros, en una sociedad patriarcal, en familias con roles de género muy diferenciados y modelos de familia muy machistas, por lo que a la hora de recibir indicaciones es más fácil que sean atendidas si estas vienen de un educador. Sin embargo, no diría que se respeta más a los educadores y menos a las educadoras sin más, ya que ha podido observar durante su experiencia que no solamente es la autoridad lo que respetan. Es cierto que es menos evidente y, conlleva muchísimo más trabajo y esfuerzo, pero también respetan la figura de educador o educadora cercana, comprensiva, que se preocupa de sus emociones, empática, que respeta sus espacios sin caer en dejar de cumplir obligaciones ni ceder en los límites establecidos por el recurso. Firme pero cercana.
En resumen, existen diferentes maneras de conseguir el respeto de los niños y niñas con los que ella trabaja y, si el equipo de trabajo se centra en el respeto autoritario, por supuesto que el respeto llega antes si lo impone un hombre.
Ana ha sido madre hace unos meses, aún se encuentra de baja de maternidad. Cuando vuelva al trabajo será diferente para ella y su pareja. Ella manifiesta que «no quiero ni pensarlo… Por suerte, tengo la posibilidad de ampliar un poquito el tiempo que voy a estar dedicada a mi bebé (que no es dedicada en exclusiva, porque hago otras muchas cosas) y aprovechar ese tiempo para cumplir, entre otras cosas, como la recomendación de la OMS de dar lactancia materna exclusiva durante 6 meses; cosa que se torna muy complicada si solamente tienes de permiso de maternidad 16 semanas y escasos 15 días de lactancia. En fin…
La incorporación al trabajo me la planteo como otra etapa en toda la experiencia transformadora y salvajemente brutal que está conllevando la maternidad».
Ana nos cuenta cómo se imagina la conciliación familiar que le espera, y es que justo acaba de comenzar a leer un libro que le regaló una amiga para celebrar su recién estrenada identidad de mami. El libro se llama Yo no renuncio de Laura Baena Fernández, y en la introducción de la obra aparece el título: La conciliación, ese cuento chino que nos creímos. La obra aborda cómo el hecho de ser madres va unido a renunciar, hacer malabares con los horarios, a hablar de carga mental y las cosas negativas que no te esperas de la maternidad. No se le plantea un escenario muy halagador. Conciliar parece que será un encaje de bolillos para recolocar todas las actividades que antes realizaba e intentar que sea con la misma implicación y poderío, pero criando a un bebé que reclama toda su atención y energía de día y de noche.
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