Del Monte es una artista de este tiempo que conjuga tradición y vanguardia, estética y ética, lo urbano y lo rural, afirmación y cuestionamiento, discurso y acción. Hace camino al andar por sendas de las periferias geográficas, filosóficas, políticas y amorosas desde las que intenta acercarse a lo profundo del ser, a lo esencial.
La hemos invitado a hablar para La Enramá por su vínculo con nuestra tierra. Beatriz siente la casa familiar en Villamayor de Santiago (Cuenca, 2.466 habitantes) su lugar de referencia en este mundo, el territorio al que más apegada se siente, a cuyo imaginario está vinculada y al que se conecta en todo lo que hace artísticamente.
Apuestas por el imaginario manchego que nos parece que, con algunas excepciones (Almodóvar, Muchachada Nui, ahora Karmento...), no ha conseguido hacerse un hueco en el panorama artístico del Estado, a diferencia de los de otras regiones... ¿Es una cuestión de recepción o nos ha costado reivindicar nuestra raíz?
Siento que, en Castilla la Mancha, siempre hemos estado señaladxs como "lxs paletxs" y siento que nosotrxs mismxs no hemos sido capaces de reconocer la cultura rica que tenemos porque se nos ha enseñado esta cosa de mirar hacia fuera todo el rato.
Tenemos que abandonar este complejo de inferioridad que arrastramos y valorar nuestra cultura, la forma que tenemos de comunicarnos, de comer, de relacionarnos con lxs vecinxs, nuestra arquitectura, nuestro paisaje... Evitar quedarnos en la idea de que el paisaje castellano es un secarral, porque, vale, no es un bosque, pero también es precioso. Si te vas ahí, te paras y lo miras, puedes ver toda la belleza que encierra. ¿Por qué es más bonito un bosque? ¿Dónde reside la mirada de lo que es bello? Todo empieza por quedarnos a observar qué es lo bello de nuestra cultura y desde ahí poder hacerla hacia fuera, para compartirla y colectivizarla.
Fotos del rodaje en Villamayor de Santiago. |
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¿En qué geografías llevas a cabo tu proyecto artístico? ¿Lo has compartido ya en tu pueblo?
Por ahora lo he llevado a pueblos del extrarradio de Madrid como Coslada, Villaverde y Fuenlabrada, también por entornos rurales de la zona de Cataluña, donde he sentido una gran acogida del proyecto gracias en gran parte al apoyo de Konvent Zero. Ha viajado por Toulouse, Galicia y está pendiente su paso por Asturias, Navarra y Málaga. En Castilla la Mancha, me parece que esta mirada más contemporánea es algo que cuesta introducir en las programaciones con apoyo de los ayuntamientos. Pero confío en las nuevas propuestas y hay proyectos en los márgenes muy interesantes en los que estoy encontrando un interés mutuo por generar espacios para este tipo de miradas.
En mi pueblo he grabado el contenido audiovisual de tres videoclips. Y ahora estoy mirando cuándo puedo hacer allí la presentación del disco a partir del 3 de marzo del 2023, que será el estreno en Madrid, cuando ya lo tenga más cerrado.
¿Y cómo fueron los rodajes en el pueblo?
Algo que trato de hacer y de preservar es una manera de trabajar en la que los rodajes sean acontecimientos; intento que no sea solo vamos a ir a grabar, y estamos currando, sino vamos a mi pueblo, vamos a casa de mi familia, vamos a comer rico, vamos a comprar un queso del pueblo… Que además de rodar, haya también momentos para intentar disfrutar.
Sí que es verdad que el de “A sal” permitió mucho más este disfrute entre grabación y grabación que el de “Me estoy oxidando + Mal agüero” porque había que grabar muchas tomas en muy pocos días y fuimos más a piñón. Pero también hubo cosas muy bonitas como, por ejemplo, que contamos con gente del pueblo como figurantes. Hice un llamamiento con un cartel de "se buscan figurantes para videoclip en Villamayor de Santiago" y vinieron unas cinco personas porque hacía un poco de frío. Además, en medio de una escena donde iba con la bici por un camino, nos encontramos, sin esperarlo, con un señor de boina que me saludó, cuando justo cruzaba un tractor y quedó perfecto.
¿Cómo apareció el rural en tu trabajo artístico? ¿Está desde un principio o ha sido un proceso?
El rural siempre estuvo de alguna manera, aunque no tanto el rural como la raíz en sí, la tradición. Siempre me interesó mucho conocer el pasado, revisarlo desde una mirada de ahora. Esto siempre ha estado en las obras de la compañía Malditas Lagartijas, donde investigo desde 2014 con la danza, el teatro físico y la performance. En ellas tomo de inspiración mi infancia, la memoria, las conversaciones de adulta con mi abuela... Por ejemplo, tengo una obra que se llama Un huevo, cuatro sardinas, que habla sobre la historia de mi bisabuela, de la guerra y la posguerra en el contexto de Villamayor, de todo lo que mi bisabuela vivió allí. Luego está No hay jazmines sin tomates, que se centra en una tradición madrileña de la verbena de San Antonio de La Florida y desmonta los roles heteropatriarcales que fomentan las fiestas populares.
Ahora bien, el concepto rural lo he empezado a utilizar más recientemente (2021) dentro de mi proyecto musical como Bewis de la Rosa, donde lo investigo artísticamente desde el rap. Un día en el estudio -cuando yo ya estaba haciendo canciones sin pensar en el código- me di cuenta de que había un concepto que era el ‘rap rural’ porque lo que yo escribía tenía una contextualización muy rural, porque los últimos años he estado muy vinculada vitalmente a una idea política de decrecimiento. Para mí, el progreso, como nos lo han enseñado, tiene bastantes taras y prefiero centrarme más en la idea de proceso y de volver atrás, aprender a autogestionarme, conocer cómo funciona la tierra o una huerta para poder autoabastecerme, no acumular... Me interesan los procesos de conexión con lo más primario: el alimento, dónde vivo y cómo me relaciono con mis vecinas. Todo esto que está en mi desarrollo vital también se ve reflejado en el artístico.
Entonces, puede decirse que el concepto ‘rap rural’ nació dentro del proceso creativo y, ya a partir de que me di cuenta de esto, sí que es verdad que he empezado a generar todo el imaginario de manera más consciente y más acotada. De lo que yo tenía que hablar y lo que tenía que reivindicar era mi manera de entender el mundo ahora, poner en valor el medio rural, entender el underground desde el extrarradio más periférico…
¿Y qué es el rap rural? ¿En qué se diferencia del rap a secas?
Sí. El consumo es para mí una cuestión troncal dentro del proyecto, desde ese cuestionamiento. Por eso el disco físico de Amor más que nunca es un no-vinilo que se convierte en una tomatera. No quiero generar un residuo con un CD que nadie va a escuchar porque ahora todxs escuchamos música en el móvil. Así que lo que la gente va a comprar va a ser una caja que contiene un póster que recoge las letras de todas las canciones y el acceso al disco digital, junto a un no-vinilo-tomatera impreso en papel de semillas que pueden plantar y un fanzine con textos sobre el amor desde las no-monogamias. De esa forma, dentro de diez años, en lugar de un residuo en el río, habrá una tomatera en tu casa y ver ese proceso de crecimiento igual nos hace aprender algo más sobre el amor.
Texto escrito por Beatriz del Monte |
A lo largo de toda la entrevista, nos has hablado del medio y la cultura rural como la posibilidad o la vía que tenemos como sociedad para acercarnos a una vida mejor, más sostenible y humana. Sin embargo, en este texto que aparece al final del vídeoclip de "Los labradores" también nos dices que ves que dentro de esa cultura hay cosas para revisar... ¿Qué cosas son las que cambiarías?
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Podéis contactar con ella en Instagram y Facebook, escuchar su disco en Spotify y en su canal de Youtube.
Y si, mientras, queréis ir apoyando su proyecto y tener vuestra propia tomatera bewis, podéis comprar su disco Amor más que nunca aquí.
Arriba el rap rural.
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