Guadalupe Martín Martín y yo nos conocimos hace unos meses en un entorno no directamente relacionado con nuestros respectivos campos de investigación científica… y como nos viene pasando, el “flechazo” surgió rápido. Empezamos a charlar… y como tantas veces nos ha pasado, repetíamos una y otra vez la misma historia. La conversación nos llevó a el Síndrome de la abeja reina, que yo no conozco tanto como Guadalupe, por lo que se ofreció a aclararnos de que se trata y cómo ella lo ha vivido.
Guadalupe, de profesión
Radiofísica Hospitalaria, trabaja en un hospital público como especialista médica
aplicando sus conocimientos de Física en el campo de la Medicina. He aquí sus
palabras y experiencia:
Aunque la medicina se ha feminizado en los
últimos años (aproximadamente el 80% de los nuevos/as MIR son mujeres), mi
campo en particular al que se accede desde la carrera de físicas es
mayoritariamente masculino, por tanto, al igual que Estefanía me declaro IMPOSTORA en mi profesión.
En este artículo, quería hablaros sobre el síndrome de la abeja
reina, con relación a algo que me sucedió durante la
defensa de mi tesis doctoral y que me hizo consciente de su existencia. Para el
tribunal de la tesis, yo había elegido a una colega a la que admiraba por ser
una excelente investigadora y por haber llegado muy alto en nuestra profesión, a
pesar de todos los impedimentos a los
que nos enfrentamos las mujeres en el campo de la Física Médica. Tras mi
defensa, el tribunal formado por cinco miembros me calificó con sobresaliente, pero
no con la máxima calificación posible de sobresaliente-Cum Laude (expresión
latina que significa "con alabanza" o "con elogio").
Para la obtención del “Cum Laude” es
necesaria la unanimidad de todos los votos del tribunal y mi colega había
votado en contra. Sus preguntas fueron muy rebuscadas y sobrepasaron
ampliamente en tiempo y dificultad a las del resto de los/as miembros del
tribunal, habían sido desproporcionadas. Mi tesis tenía el formato de tesis por
artículos, que es la opción más exigente porque implica más filtros. Además, mi
exposición había sido impecable (según comentaron los miembros del tribunal) y
respondí a todas las preguntas que se me hicieron justificadamente. Lo habitual
en estos casos habría sido una calificación de “Cum Laude”, como me comentó indignado mi director
de tesis.
Yo no podía salir de mi asombro. Estaba enfadada y al comentárselo a mi amiga Marisa, ella identificó claramente la
actuación de mi colega en términos del síndrome de la abeja
reina. Me explicó que las mujeres tenemos un espacio muy reducido
en lugares de poder generalmente ocupados por hombres. Hay algunas mujeres que
cuando llegan a posiciones altas en su estatus profesional, ven como una
amenaza que otra mujer pueda ocupar también ese espacio reducido al que tanto
les ha costado llegar y por eso les perjudican. Curiosamente, las abejas
reinas suelen adoptar formas masculinas en su estilo de liderazgo, pero no actúan
con los hombres de la misma manera, pues no los ven como posibles rivales.
Entre hombres en cambio, suele haber
compañerismo y apoyo, ya que para ellos existe espacio suficiente
para ocupar esos puestos sin necesidad de competir.
El síndrome de la abeja reina fue descrito por primera vez en 1973, en una investigación de la Universidad de Michigan, en la que se realizaron 20.000 encuestas para estudiar el impacto de la incorporación de las mujeres en el mundo laboral. Su estudio reveló que las mujeres en posiciones de liderazgo criticaban o trataban con mayor dureza a sus subordinadas mujeres que a sus subordinados hombres. Denominaron esta conducta el síndrome de la abeja reina en analogía al comportamiento de una abeja reina en un panal, que se rodea de varios machos y otras hembras no fértiles para convertirse en la regente de la colmena. Desde entonces, el síndrome de la abeja reina ha sido documentado en numerosos estudios y sigue imperando hoy en día en el mundo laboral y en el académico.
Imagen recogida de aquí |
Volviendo al asunto de mi tesis, yo no llegaba a
entender por qué precisamente las mujeres que estamos en clara desventaja en el
mundo laboral frente a los hombres no nos ayudamos entre nosotras sino que, al
contrario, nos “ponemos la zancadilla”. La respuesta la encontré en el estudio que hicieron la
Dra. Belle Derks y sus colaboradoras sobre el síndrome de la abeja reina. En él
explicaban lo que les ocurre a las mujeres cuando llegan a una posición de
liderazgo en un entorno mayoritariamente masculino: experimentan un trato
discriminatorio con respecto a otros jefes hombres, afrontan discriminación de
género por parte de sus subordinados/as también y pensarán que no dan la talla
a pesar de ser objetivamente igual o mejores que sus colegas jefes hombres (se sentirán impostoras). Además,
como se tiende a pensar que las mujeres no acaban de encajar con el prototipo
de un líder (ya se sabe, si pensamos en un líder pensamos en un hombre), estas
mujeres podrán llegar a la conclusión de que su identidad como mujeres es un lastre
para su éxito profesional.
Al verse amenazada la identidad de estas mujeres
líderes en entornos masculinos, tendrán que hacer algo para evitar esa amenaza
difícil de sostener. En muchos casos, optarán por distanciarse de otras
mujeres para que se las asocie con el grupo de mayor estatus, el de los
hombres. Esto les llevará a actuar más como hombres para ser aceptadas y vistas
como líderes, y tendrá como consecuencia que rivalicen con sus subordinadas en
lugar de apoyarlas, lo cual se conoce como el síndrome de la abeja reina.
“Síndrome de la abeja reina: mecanismo por el
cual las mujeres pretenden mejorar sus oportunidades personales en entornos
laborales en los que las opciones profesionales para las mujeres están
restringidas”.
Aunque creo que es fundamental este nuevo
enfoque, yo añadiría en esta definición la parte que acoge también a las otras
perjudicadas, las víctimas de su actuación: “mecanismo por el cual las
mujeres pretenden mejorar sus oportunidades personales a costa de perjudicar
a otras mujeres…”. Así veo yo también recogida mi parte, la que valida
mi enfado hacia mi colega por el daño que me había hecho y porque se había reafirmado
en su postura cuando se lo comenté posteriormente.
Por otro lado, me ha resultado revelador
descubrir que el comportamiento de abeja reina no es algo propio de las
mujeres y sus rivalidades, descartando así el estigma que tenemos las
mujeres de envidiosas, vengativas y con rencillas siempre entre nosotras. Cualquier grupo
minoritario que vea amenazada su identidad actuará
de la misma manera. Es típico el caso de niños/as negros en
escuelas norteamericanas con mayoría de niños/as blancos que “actúan como
blancos”, o el de las jóvenes musulmanas de origen marroquí en ciudades
europeas que rechazan su cultura, o el de los adultos mayores que se separan de
su grupo de edad, etc.
Afortunadamente, a lo largo de mi carrera
profesional también he encontrado mujeres en altos cargos que no han actuado
como abejas reinas y me han apoyado. Cuando estaba haciendo el MIR, mi adjunta
superior me ayudó en varias ocasiones a defenderme del comportamiento machista
de otros adjuntos hombres del servicio. En otra ocasión, otra colega que era
por aquel entonces la presidenta de la Sociedad Española de Física Médica, me echó
una mano para salir del paro en un momento crítico de mi carrea profesional en
el que no podía conseguir trabajo.
También me emociono al ver como algunas de estas mujeres poderosas ayudan a sus subordinadas y aprovechan su posición de poder para emprender acciones positivas de género en sus empresas; la prestigiosa científica y directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) María Blasco ha implantado nada menos que 67 medidas dentro del Plan de Igualdad del CNIO, para garantizar la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres. Recuerdo con emoción el día en el que la Dra. Blasco vino a mi hospital para inaugurar una exposición sobre Marie Curie y dar una charla sobre la situación de las mujeres en la ciencia. Explicó a un auditorio entusiasmado de profesionales de la salud (la mayoría mujeres), los excelentes resultados que había obtenido en el CNIO con la implantación de cuotas de género y otras medidas de flexibilidad para ayudar a las mujeres en su promoción profesional.
Por todo esto, creo que es importante conocer la
existencia de las abejas reinas para poder identificarlas y defenderse de ellas.
Yo a partir de ahora estaré alerta por si me vuelvo a cruzar con alguna de ellas
en mi camino. Hay estudios que ya abordan esta cuestión y dan pistas para
evitar la picadura de su aguijón y para que las abejas reinas se “reconviertan”
al lado positivo, pero eso lo dejo para otro artículo.
Dicho esto, creo que también es importante entender
que, aunque el síndrome de la abeja reina encaja con el estereotipo de rivalidad
entre mujeres, en realidad distrae la atención de la verdadera causa del problema,
las circunstancias difíciles que afrontan las mujeres líderes en los trabajos.
Yo, de momento, me quedo con valorar más todavía a las
mujeres líderes que me han ayudado en mi carrera profesional. Por suerte,
aunque todas somos impostoras, no todas somos abejas reinas.
Y tras esta conversación tan interesante que tuvimos pasamos a preguntarnos, como no podía ser de otro modo… ¿se puede hacer algo? ¿Qué papel juega la sociedad en todo esto?... seguiremos informando, ¡Impostoras!
Artículo de Estefanía Prior Cano y Guadalupe Martín Mártín.
Artículo financiado por el Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha 2022.
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