Antes de convertirse en la venerable Clara María de Jesús, la protagonista de este artículo, se llamaba Isabel Portal Ruiz y nació en el pueblo conquense de Valdeolivas el 24 de enero de 1648.
Espero no ahuyentar al lector con las muestras que voy a dar del estilo de las fuentes en que me he basado para sacar esta biografía de la mujer a quienes sus biógrafos llaman “la humilde y blanca oveja”. Yo dejaré de repetir epítetos tales y la llamaré simplemente Clara o Isabel. La verdad es que me ha costado mucho trabajo entresacar datos para esta biografía entre tantas digresiones, literarias y teológicas, de estos dos autores eclesiásticos, contemporáneos de Clara. Sin embargo, ha valido la pena leerlos, aunque confieso que he pasado por alto muchas páginas de las “Notas”, intercaladas al final de los capítulos. Porque si las digresiones ya son excesivas en el texto principal, después se añaden muchas más en las notas, en las que los clérigos explican las acciones o dichos de la biografiada. En mi opinión, hubiera sido mucho mejor que nos hubieran presentado los escritos de Clara, en primera persona, como lo que es: una autobiografía. Pero no, lo que han hecho los dos autores es imbricar su texto con el de Clara, complicando la lectura y ocultando la autoría de ella.
Creo obligado recuperar esta autoría, dada la precaria situación de la escritura de mujeres en esta época, con lo que podemos decir que estamos ante una escritora conquense nacida en 1648 y fallecida en 1733. Este artículo dejará ver la responsabilidad de los varones de su entorno - que aprovechan sus escritos para hacer valer los suyos, valiéndose de la autoridad que la sociedad les otorga, en este caso de ser confesores o clérigos - mientras que la protagonista es una simple monja, para más inri, cocinera del convento.
Tan interesantes como los datos sobre la biografiada son los que se dan, de manera indirecta, sobre la situación de las mujeres en esta época, segunda mitad del XVII y primera del XVIII. Por ejemplo, en los capítulos finales que hablan de los milagros de la venerable Clara. Uno de ellos, se presenta como que salva a una mujer casada de la infamia, evitando que en el pueblo nadie se entere de que se ha quedado embarazada de otro. Cuenta como esta mujer se retira a una casa apartada con sus hermanas hasta que llega el parto. Cuando nace la criatura, la encierran en un cofre durante 12 horas. Por la intercesión de la venerable Clara, el recién nacido sigue vivo hasta que lo bautizan y, al poco, se muere bautizado. Otro milagro parecido es lo que ella misma cuenta en primera persona de las gracias que le otorga la virgen para preservar la buena fama de otra dama principal que se ha quedado embarazada. El ruego es que Dios no infunda alma a ese feto para que pueda abortar sin culpa, y así lo hace la divinidad, por lo que la autora dice- y lo corrobora el clérigo biógrafo- que lo que tenía en el vientre es solo un tronco de tierra del que pudo desprenderse y enterrar en el jardín sin ningún escrúpulo. Las justificaciones del biógrafo son sibilinas. No sé yo si hoy las aceptaría la iglesia. Bien mirado, pueden interpretarse como una justificación del aborto. Un aborto que se hace pasar como milagro de la divinidad. Según la venerable Clara, todavía no había llegado el tiempo en que el alma se une a la carne.
Para dar una idea del estilo farragoso de estos biógrafos, transcribo la portada del libro de uno de ellos, del que extraigo además las citas:
"Vida prodigiosa de la venerable madre sor Clara de Jesús María. Virgen admirable, religiosa de velo blanco, en el vergel de las delicias del observantísimo y religiosísimo monasterio de la Purísima Concepción Descalzas del celestial Orden de Nuestra Señora de la Merced Redentora de Cautivos en la Ciudad de Toro con algunas Notas Teológicas...
Su autor Fray Marcos de San Antonio, lector de Artes y Sagrada Teología, Comendador que fue de los Conventos de Herencia y Santa Bárbara de Madrid y Definidor General, redentor de la ciudad de Túnez, por esta Provincia de Castilla y dos veces Provincial de ella.
Dedicada a la purísima Virgen María y dulcísima madre de Dios vivo y a su dulcísimo esposo y padre putativo de Cristo.
Jesús, María y José.
Dedica, ofrece y
consagra con sumisiones rendidas este pequeño libro de la dilatada y prodigiosa
vida de la venerable madre sor Clara de Jesús María.
La impresión con las licencias necesarias en la Imprenta de Francisco Xavier García de los Capellanes. Año 1765."
Y por si esta página no fuera bastante, hay otra, portadilla en la que se dedica la obra al Verbo encarnado y se repiten adjetivaciones parecidas a la venerable protagonista y a su Orden. Empieza la obra justificando el autor la obligación que tiene de escribirla, con un estilo barroco, llamémosle barroco eclesiástico, del que doy la siguiente muestra:
"Aunque faltara,
(Trinidad Santísima de la tierra), el justo reconocimiento, que deben todas las
cosas a su principio, aunque faltara el
natural impulso con el que desciende lo grave al centro, a la esfera el fuego y al anchuroso mar los
ríos, no faltarán en nuestra obligación justificadísimos respetos, que
precisarán nuestro albedrío para consagrar en aras de Majestad soberana el
corto o ningún obsequio de este libro."
El otro autor que
escribió su vida, imbricando sus comentarios a los escritos en primera persona
de Clara, fue Julián Vaca de Manuel con el título de Flor de sacrificio.
Vida de la venerable Madre sor Clara de Jesús María. El estilo de ambos
autores es igual de enrevesado, así que voy a entresacar la escasa información
que da el primer biógrafo de la venerable mujer en las 776 páginas que escribe,
entre capítulos y notas.
El autor nos habla
de las visiones y alucinaciones de la venerable, en las que al no ver nada indecoroso
y reprobable, y dada la humildad y perfección de la vida de quien las
experimenta, las da por ciertas y no fruto del demonio, que no podría estar en
alma tan pura, ni de su imaginación. Da por válido todo cuanto deja escrito la
venerable Clara, incluso los nombres de los ángeles custodios de algunas
monjas, por ejemplo, el de Isabel de Jesús que se llama Láureo. (pág. 651)
El libro está
dividido en cuatro partes formadas por capítulos, en la primera habla de su
nacimiento e infancia en Valdeolivas, cómo asiste a su abuela paterna siendo
muy niña y cómo la llevan a Madrid a casa de una tía.
En seguida, Clara,
en primera persona narra los sucesos que ella llama “memorables”, visiones o
experiencias extraordinarias que ocurren la noche de San Juan, el Día de las
Cruces y en otras festividades religiosas. En los capítulos 8 y 9 cuenta que
como es muy pequeña y no sabe rezar todavía, el mismo niño Jesús se le aparece
para enseñarle a hacerlo. Y como en casa de su tía no la tratan bien, más bien
la tienen de criada y no la dejan ni ir a misa, su abuela le busca una casa
donde le enseñarán a leer y escribir y la tratarán como a una hija.
A los 3 añitos, la
niña, con permiso de su madre, a quien no desobedeció jamás, según este
biógrafo fray Marcos de San Antonio, asistía a todos los entierros que había en
el pueblo y sentía mucha pena por las almas del purgatorio. “Aun no sabía bien
hablar cuando todo era hacer oración por las afligidas almas del Purgatorio”.
( pág. 27)
En uno de esos
entierros empezó a cantar el Requiem eternam dona eis domine, con el clero, tan
bien que los asistentes creyeron que era milagro que una niña pudiera tener
esos sentimientos tan profundos y cantase de esa manera temas tan serios, “pues
solo Dios pudo mover la lengua a nuestra Niña, para que así orara por las
Ánimas”. (pág. 27)
Dos páginas más
adelante, Clara escribe que un día, limpiando en su casa, no alcanzaba a subir
a un vasar y un niño muy hermoso (que después dedujo era el niño Jesús) le
ayudó a subir. Termina el capítulo II describiendo las penitencias que hacía,
siendo tan niña. Ojo, ¡con permiso de la madre y de su confesor! Hoy llevarían
a ambos al Tribunal de Menores por consentirlo: llevar cilicio, comer hierbas
amargas, y dormir en el suelo, en vez de hacerlo en la cama junto a su hermana.
El capítulo III
empieza con la ingenuidad de la niña de 5 años que cree que los rayos son
fuegos artificiales que se hacen en el cielo para celebrar las fiestas de los
santos, como pasa en la tierra. El día de San Juan estando en el campo se
desencadena una tormenta y ella ve caer un rayo junto a ella y quiere tocarlo.
San José en persona se aparece para sujetarla y que no se queme y le explica lo
nocivo que es el rayo. (págs. 31 y 32)
Después de la
narración de este milagro, viene la de otro hecho más extraordinario: “alargó
él Niño la mano y me la puso sobre el corazón, y creí me lo había tomado,
porque sentí mucho ardor en el alma con gran regocijo, y dolor en el corazón.”
(pág. 32)
En los primeros
capítulos, el biógrafo la llama Isabel, y nos cuenta que en el pueblo la
llamaban la Portalica, por su apellido, Portal. (pág. 35). Un día los padres se
olvidan de sus hijos, que todavía son pequeños, en una casa fuera del pueblo
donde están sin comida varias horas. Se le aparece “su” ángel y le ayuda a
hacer unas tortas para alimentar a sus hermanitos. Luego la virgen baja a
consolarla de la muerte de su padre (pág. 37)
La aparición,
cuando tiene 10 años, del niño Manuel como pastor de ovejas en el campo, con
heridas en pies y manos, cómo se abrazan y el amor que sienten el uno por el
otro, parece un cuento narrado en primera persona. Al final, añade: “y aunque
yo confiaba en entender, que era el niño Dios, más como yo soy tan miserable
criatura, decía yo entre mí que siendo yo tan pecadora, ¿Cómo mi Niño Dios se
había de dignar que yo le tuviera en mis brazos?” (pág. 52)
Su abuela paterna
viene del pueblo de Horche y la saca de la casa de doña María del Portal, tía
de la niña, donde la trataban peor que a las criadas, sin dejarle ir a misa. La
lleva a vivir a casa de doña Damiana Anguiano, mujer de un Caballero alemán
llamado don Pedro Simón Alforoz. Allí la tratan como a una hija y viste como
tal, de seda y con guardainfante, pero no olvida sus penitencias. Las criadas,
envidiosas, la desprecian. Una de ellas la tira por las escaleras, pero Isabel,
según su biógrafo, “servía no solo a la ama que la favorecía, sino a las
criadas que la mortificaban.” (pág. 111)
En los capítulos 19 y 20, la misma virgen le enseña a leer y escribir cuando doña Francisca, la maestra que le ponen en su nueva casa, cae enferma. Los dueños de la casa le permiten que vaya a asistir al hospital de Antón Martín, asistido por los padres de san Juan de Dios. Reparte cuidados y limosnas, con la ayuda del niño Jesús, que solo ella ve a su lado. Además, ayuda con alimentos de la despensa y con dineros a una vecina que es pobre vergonzante, que por ser noble siente vergüenza de pedir ayuda. Otra criada la acusa de ladrona, pero también, milagrosamente, recibe la ayuda de la virgen para demostrar su inocencia. En el capítulo 22 se habla de que buscan a un sacerdote para que divierta al caballero, enfermo de melancolía. Sacerdote que divierte a todos con sus donaires, excepto a Isabel, “porque un día de San Sebastián, oí su Misa, y a la que comulgó, se vino para mí mi Señor, y me dijo: Recógeme en tu corazón, líbrame del pecho de aquel tirano que siempre que me recibe, me maltrata, y renueva mis heridas, y llagas.”(pág.134) El cura, del que no se nos cuenta sus pecados, solo que enloqueció, vuelto en razón, se arrepintió de sus actos pecaminosos, se confesó y recibió la absolución. El demonio furioso por haber perdido un alma, se le presentó a Isabel de varias formas, entre otras como perro furioso. En los capítulos siguientes se narra un hecho histriónico, o al menos así parece. Baja a la sala donde tienen invitados elegantes, con una albarda como si fuera una burra ...Le pide a la criada que le ate a la espalda, como carga del burro, dos gruesos palos en forma de cruz. Por mucha justificación teológica que haga el biógrafo, no deja de parecer una escena teatral de desmesura barroca. Continúa la burla contada por ella misma: “yo hacía el asnillo y me puse a cuatro pies, para hacer burla de mí se puso sobre mis espaldas una criada que era mocetona y pesaba mucho, y como yo estaba cargada de cilicios, me los clavó. De suerte, que se me llenó la túnica de sangre”. (pág. 50 y ss.)
La muerte de su
padre se la anuncia él mismo en una aparición, como no se atreve a abrazarlo
porque nunca había abrazado a nadie, su padre le dice: “Hija, abrázame que no
soy hombre, que soy espíritu”. Pero la visita la dejó tan llena de miedo – su
biógrafo dice que se debía a que hasta entonces no había tratado con difuntos -
que salió a la puerta de la calle hasta que vinieron los señores. Las criadas
se burlan de estas visiones.
El segundo libro empieza con otra parodia en la que se presenta al pretendiente con la que lo quieren casar, disfrazada de burra. Otras anécdotas que pasan por milagros – que juzgue el lector—son parecidas a la que sigue: estando encargada de la cocina del convento, ya en las Mercedarias de Toro, hay un diablillo que le apaga la lumbre mientras ella está en el coro. Se está cociendo el desayuno de todas las monjas, con lo que la provisora, que le tiene manía a nuestra protagonista, la va a castigar. No ocurre así porque un ángel retiene al diablillo contra su voluntad para que no mate la lumbre. Así lo ve Clara María y así lo cuenta: “Salíme del Coro, para irme a mi obligación de mi cocina, abrí la puerta, y vi que mi santo ángel tenía atado a aquel animal maligno con una cadena, haciéndole que encandilara muy bien la lumbre….Díxome mi Santo ángel: Entra, y toma esta cadena, y tenlo atado, mientras compone lo que ha descompuesto. Yo le decía: Anda, mala bestia, pon la lumbre aseada como estaba, no me descompongas las ollas. Dábale yo con la cadena, y decíale: Anda, maligno, que querías inquietar a la Provisora”. (pág. 218)
Todo esto ocurría siendo postulante. Llegó el día en que debía hacer sus votos, y no vino nadie de su familia a la ceremonia, lo que no le importó mucho porque vinieron acompañantes del cielo: “Mi Señor vino con los ángeles muchos, y también muy adornados, y hermosos y los Santos, y entre ellos San Juan Bautista, que como yo lo quiero tanto, me alegré de verle. Púsose a mi lado mi Señora y Madre Santísima como mí Madrina, y Señora Santa Ana del otro, y me quedaron en medio de las dos, y la compañera', que profesaba conmigo, caía al lado de la Señora Santa Ana”. (pág. 222). Nuestra protagonista sigue contando lo que pasó en la ceremonia de aquel día tan señalado, con la iglesia llena de gente. La virgen le dice a su hijo que en día tan señalado no puede negarle nada a Clara, con la que acaba de desposarse, y ella le pide la redención de muchas almas del Purgatorio. Supongo que, como acaba de entrar en la orden mercedaria, se acuerda de la misión de su orden de liberar cautivos cristianos, cautivos por los moros en las costas de África, en siglos pasados, comprándolos. Así ella habla de que pudo rescatar tantos porque quienes tenían cautivas a las almas- se supone que sería el diablo- bajaron los precios. Relatos como este dan muestra las habilidades narrativas de nuestra venerable Clara, y de sus méritos como escritora del XVII y comienzos del XVIII.
Otra muestra del
estilo barroco de la época, en este caso el culterano gusto por las perlas y
otras joyas: “Así que acabé de me puso mi Señor las manos llenas de anillos y
mi Madre cuatro perlas muy hermosas y grandes en la corona, el Padre Eterno
diamantes y el Espíritu Santo con su pico azucenas y San José unas piedras de
color de esmeraldas, y San Juan de rubíes. La Señora Santa Ana de jacintos y
todas me las pusieron en la corona”. (pág. 226)
Durante su vida en el convento sufrió persecuciones, calumnias, malentendidos y envidias, hasta llegar a amenazarla con la Inquisición, aunque tanto ella como sus biógrafos pasan de puntillas por este tema, solo se cita la amenaza. (pág. 256). En esta etapa de su vida tiene accesos místicos, momentos en los que arde su alma y se olvida de todas sus penas. Jesús la llama su cocinerita y ella es feliz descansando con él en su regazo. Le dice que una enferma morirá pronto y que después de los dos días que pasará en el purgatorio, la llevará a la gloria. A lo que Clara le pide a la virgen evitar el purgatorio a la monja y se ofrece a ser ella quien pase en él esos dos días: “Que al otro día que tenía dispuesto murieran, empezaría yo a ayudarlas, que entre tanto quería que yo descansara con él de las haciendas y aliviarme de tantos dolores. Y así fuimos todos trabajando, y yo me puse à guisar la merienda para los Carpinteros de la obra y mi Niño me mondó el perejil, y también para guisar la cena de sus Esposas, mi Ángel me ayudó a traer leña”. (pág. 277) Jesús le ayuda en la cocina, hasta le friega los platos, y también a tratar a la demente hermana Micaela, que Clara califica de poseída por seres malignos, que se ponen como perros rabiosos la víspera de los días santos. (pág. 282)
Detalle de la portada del libro "Razones y emociones femeninas: Hipólita de Rocabertí y las monjas catalanas del barroco", de Rosa María Alabrús Iglesias. |
Los prodigios que hace no son solo curaciones de enfermos, el libro tercero habla de que cura las consecuencias de un delito: “más la pena que tenía, era que la señora- embarazada ya de tiempo que nadie lo sabía, aunque vivía con muchas personas; que lo que sentía más era el crédito de ella , que harto sería se escapara sin que lo supiera la gente; y ella también tenía , buen crédito , que él daba palabra a Dios, y a María Santísima de no volverlos a ofender, que yo se lo pidiera a mi Señor , no fueran descubiertos de este pecado”. (pág.315).El milagro que le hace su Niño Jesús es no poner el alma todavía en el feto, y que aquello que fuera a abortar fuera un tronco de tierra, que podría enterrar sin que nadie la viera. La Justificación del aborto viene a continuación: “Mi Señor me dé gracia para que yo me sepa explicar. Digo, Padre mío, que esta criatura no tenía el tiempo que los demás niños (animados) para tener alma, según las disposiciones de mi Señor, que si lo tuviera, también tuviera el alma, como los demás niños, que tienen las demás mujeres en sus vientres, y si mueren van al limbo. Este que yo digo no tenía tiempo y así quedó tronco de barro”. (pág.317)
Dice que los
diablos, a los que llama “sus enemigos”, la martirizan con dolores y malos
olores que sentía alrededor: “Eran unos malos olores que me dejaron los
enemigos, que yo reventaba de asco. Eran, de azufre, pez, resina y otros muchos
que yo no distinguía y díjome el Señor, ¿Podrás con todo esto? Yo dije:
Señor, con tu ayuda sí podré; más por mí nada. Tiene dicho mi Señor: “Te
quiero dar a conocer lo que hago por ti. Este fuego y malos olores que sientes,
son del Infierno, que estaban para las almas que me has pedido y para otras
muchas y por ti las he librado, por lo mucho que me has estado pidiendo por
ellas y a mi Madre y a San José tu Padre, y no te las he podido negar, por el
amor, que nos tienes.” (pág.324)
Puede verse la
obediencia que se exige a la mujer en la iglesia y su papel subalterno respecto
al varón en el párrafo siguiente en el que la humildad de Clara y su obediencia
al confesor se hace patente. Sigue escribiendo porque este no se lo prohíbe, y
porque para ella, la prueba de que no es el demonio quien le incita a escribir
es que a veces intentan emborronarle estos papeles en los que aparecen los
nombres de Jesús, María y José, tan a menudo. Es decir, que alguna duda si ha
tenido alguna vez de que detrás de su escritura de mujer estuviera el maligno:
“yo no había estudiado latín, que no sabía más que el camino llano que Dios
me enseñó y mi padre espiritual, y mi Padre Espiritual me dijo que me quitara
de teologías, que no son para mujeres, sino que es para los Padres
Espirituales, que los cría Dios para eso y para nuestra enseñanza y no gastara
el tiempo en latines y curiosidad”. (pág. 327)
Clara sigue escribiendo pues, en ese estilo sencillo y rezando por todas aquellas almas “desesperadas de salvarse” en batalla campal con los demonios enfurecidos por quitárselas cuando ya casi eran suyas. Batallas que son físicas y que siente en su cuerpo, la golpean, la atan a una cuerda y retuercen su cuerpo, arrojan inmundicias a su celda y a las de otras monjas para que le echen la culpa a ella, etc. (págs. 329 y 344). Son abundantes las ocasiones en las que Clara se refiere a su oficio de escribir, nos dice las horas de la noche en las que se dedica a ello: “Como lo más que escribo es de noche hasta las doce, y la una, y muchas veces hasta las tres de la noche, y como el invierno es riguroso, (fue el de 1700.) no he dejado de tener frío. Una noche de Adviento (de 99), estando en ejercicios 5 estaba escribiendo à las once de la noche con harto frío. Mi Padre sabía que yo escribía y, como es compasivo se hubo de acordar estaría yo escribiendo, y en mi interior me mandó me acostara”.(pág. 583). En algunas páginas se dirige al lector justificando la razón por la que escribe: “Dirán los que esto leyeren que refiero mucho las cosas y más en llegando a estas grandezas de mi Señor, no puedo más que referirlas muchas veces si e me ofrece. Me duraron estos gozos de mi Señor sacramentado, (de tal modo) que asistir a la obligación de mi cocina, me costaba mucho”. (pág. 640).
Ciertas
experiencias descritas, que no se circunscriben al ámbito religioso, rayan lo
paranormal, por ejemplo, esta: “Lo mismo me dice con un Religioso
Mercenario Calzado pariente mío, muy virtuoso, estando otra noche escribiendo y
también eran las once de la noche, y el había estado o estudiando, y se asomó à
la ventana de su celda y me dijo me acostara que era tarde. Su convento está
bien distante del mío; más yo lo oí en mi alma, y dije: lo mismo que la otra
vez…” (pág. 590)
Como santa Teresa,
tiene sus dudas sobre sus experiencias místicas, y de la misma manera que ella,
se cerciora de que no son malos por los efectos positivos que tienen en su vida:
“que como yo siempre estoy temerosa si puede ser engaño, aunque sé cierto es mi
Señor estoy siempre con ese recelo, y muchas veces que me favorece mi Señor
echo Agua bendita sobre mí y en la celda, y le doy higas, por si es mí enemigo;
aunque el alma me dice es mí Señor - por los efectos de amor que mi alma siente
y que dura muchos días. Yo siento mucho hacer esas higas, y escupir siendo mi
Señor, aunque le pido perdón muchas veces”. (pág. 606)
Imagen de Santa Teresa de Jesús recogida de aquí |
También fray Marcos se refiere a la actividad escritora de Clara y a los papeles que escribió, muchos de los cuales sospecha que se han perdido. “Lo que dejó escrito esta Sierva de Dios lo que la comunicó su Majestad en este desierto lugar, pero, por haber andado los papeles en muchas manos tengo por, cierto se ha perdido, porque no los hallo ni en cartas ni en tales cuadernos”. (pág. 593). Otras veces se nos da la fecha exacta de su escritura: “Ello fue el día doce-de Julio de noventa y siete cuando lo escribió”. (pág. 601). Y justifica su escritura y la extensión de sus escritos por obedecer la orden que le da su ángel de la guarda: “mi santo ángel me lo mandó escribir para mayor alabanza a la Madre de sus grandezas, y así por eso me alargo tanto en escribir”. (pág. 671)
La diferencia de
estilos entre los biógrafos y Clara es notable. Al retorcimiento y oscurantismo
retórico de ellos, con digresiones teológicas y morales que no siempre vienen a
cuento, el de Clara es sencillo y natural, cercano a la literatura oral y lleno
de narraciones costumbristas cercanas y otras menos realistas, cercanas a los
cuentos populares. Siempre con contenido religioso que se entiende fácilmente.
Cuenta que como no puede comulgar por estar en cama, enferma, le trae la
comunión San Juan, y la virgen le dice que no se preocupe que su Hijo siempre
estará con ella: “Quédate con mi Hijo y tu Señor, alégrate y consuélate que el
sábado volveremos a traértelo, que, al querer mi Hijo, nadie se lo puede
quitar.” (pág. 595)
Después hace una
descripción costumbrista de la fiesta de San Juan, en la que toca las
castañuelas y baila, mientras que en la del Corpus sigue la música de la
procesión desde el jardín y la provisora la amenaza con echarla de la cocina.
(pág. 626)
En el relato de sus visiones, Clara mezcla personajes reales de su época con los celestiales del santoral: ”Santa Úrsula mi devota, y la Capitana, como yo la llamó, me metió entre todas en la danza”. (pág. 429) En el mismo plano de realidad subjetiva, añade la visión de otras mujeres: Sancha Carrillo o la marquesa de Mota. Nos cuenta el aviso que San José y la virgen le hacen de que fuera a socorrer a la marquesa que se estaba desangrando. Le dicen: “Anda acá, hija con nosotros, que la Marquesa de la Mota se está desangrando, porque se ha soltado la sangría y se está muriendo, y nadie la ve porque están dormidos”. (pág. 632). Además de la marquesa, entre las personas de su realidad circundante, al menos de su tiempo histórico, a las que asiste con su intercesión ante la divinidad, está un soldado moribundo que reza a la virgen, “amigo de hacer bien a todos y a nadie mal, y no quería quitar la vida a nadie y estaba muy disgustado en la guerra” (pág. 655). Asiste a una batalla para proteger de las balas y del fuego a otros soldados. La virgen dice que salvará de las penas del purgatorio a los que han pedido ayuda a la divinidad y a los que han ido a la guerra contra su voluntad. (pág. 657)
Emplea metáforas del ámbito rural del que procede: pastores con sus ganados, flores y campos de cultivo, fuerzas y fenómenos de le naturaleza, dando muestras de gran sencillez y fuerza poética. (pág.687). Inventa canciones para cantarlas junto a los ángeles en ese coro celestial en el que participa en sus visiones y habla de que experimenta arrobos, tiene el corazón encendido o está embobada, el mismo lenguaje que usó San Juan de la Cruz y Santa Teresa, antes que ella.
Existen también otros relatos mucho más inverosímiles, como el de que los demonios la atan a la cuerda del pozo y le dan azotes: “Después de San Juan , me cogieron mis enemigos y me ataron al palo de la polea del pozo con una soga, los pies para arriba (pero con decencia) y la cabeza abajo, me dieron muchos golpes, y eran cuatro, y dos me daban, y luego en cansándose iban otros dos: hacían como los verdugos cuando azotaron a mi señor, que en hacer mal no se cansaban, ya porque no tienen cuerpo, ya por solo malicia”. (Pág. 718). Tan dolorida estaba que no podía hacer los trabajos de la cocina, hasta que vinieron en su ayuda los de siempre: “Mi santo ángel me mondaba el perejil para guisar la comida, y lo majó, que yo no podía de dolores.” (Pág.719) “Mas a las tres y media de la noche vinieron mis enemigos y con una soga me ataron de la ventana del antecoro, me maltrataron mucho, porque me dejaron caer desde la ventana al suelo, y me arrastraron por las tarimas del Antecoro, y eran tan recios los golpes, que me daban con un cayado y la soga que despertaron a las religiosas que duermen en las celdas altas, y bajaron a vapulearme de modo me sacaron de la celda y los enemigos echaron al patio, la soga y el cayado e hicieron mucho ruido”. (Pág. 736)
Después de hablar
de su muerte, que tuvo lugar el 15 de febrero de 1733, cuando Clara contaba 85
años, una edad longeva para la época, ya gozaba de fama de santa por su ascetismo,
sus visiones y sus milagros. La gente acudía a ella para que intercediera ante
la divinidad para sacar a las almas de sus difuntos del purgatorio, para
encontrar objetos perdidos y otros, en mi opinión más discutibles, como salvar
la “honra” (sacar de la infamia, dice su biógrafo en pág. 772) a mujeres que se
han quedado embarazadas fuera del matrimonio. Por ejemplo, a una mujer que se
retira a una casa escondida con sus hermanas y da a luz sin gritar, y sin que
nadie se entere, a una niña que ocultan, recién nacida, en un cofre durante
doce horas. Milagrosamente, cuando la sacan está viva y la bautizan. La niña
vive todavía unos meses. (pág. 772) No se dice si el milagro, además de sacar
de la infamia a la mujer, fue el de evitar un infanticidio. En lo que sí
insiste el narrador es que gracias a la intercesión de Clara hubo tiempo de
bautizarla antes de que muriera.
La descripción de
otro milagro, ocurrido gracias a su intercesión, muestra las condiciones tan
precarias en las que las mujeres del pueblo, una criada de la familia de una de
las monjas en este caso, traían al mundo a sus hijos. La parturienta, vecina de
Toro, se llamaba Catalina García. Después de cuatro días de parto sin que
saliera la criatura llaman al médico, que se ve incapaz de hacer nada y dice
que le den los sacramentos porque no va a vivir ni la madre ni el niño. La
monja que la conocía le trajo una reliquia del hábito de la difunta Clara y se
la puso sobre el pecho, “a pocas horas despidió con facilidad la criatura viva,
la bautizaron y a poco espacio voló al cielo, quedando, la madre muy aliviada y
a pocos días ya trabajaba muy animada publicando que a las Madres debía la vida
porque le habían llevado la ropa de ja Madre Clara”. (pág. 773)
En algunos
milagros, se da el nombre y apellidos de quienes los presencian y quienes se
benefician de ellos.
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