Al machista del día, tarjeta morada.

 #almachistadeldiatarjetamorada, nació allá por 2019 ante la necesidad de actuar sin palabras ante aquellos que aún no han asimilado las normas más básicas de respeto entre sexos. Es una fórmula chisposa y creativa de dejar claro a los machistas que por ahí no van bien. Sin tener que gastar nuestra energía en explicaciones, sin ponernos nerviosas o descomponernos.


Las tarjetas rojas como fórmula de amonestación visual - sin opción al debate - es un formalismo deportivo conocido por todo occidente. De ahí surge la idea de estas tarjetas moradas. Proponemos llevar a mano una tarjeta con la que poder poner en evidencia las actitudes machistas sin tener que añadir ni una sola palabra si así lo prefieres. Imprime la tuya y llévala encima.

Descarga la imagen y pégala en Word, para imprimir por las dos caras y regala a tus amigas esta sencilla herramienta para educar en feminismo.  



Cuéntanos tu experiencia si la usas un día. Fotografíate con tu tarjeta morada y haznos llegar la foto por RRSS para añadirla en nuestro Instagram @asocianosotras.

 

La historia personal tras las tarjetas moradas, está protagonizada por nuestra colaboradora Estefanía Prior Cano, redactora de la sección Impostoras y empieza un jueves cualquiera de enero de 2019.

Yo estaba en mi lugar de trabajo habitual, una oficina que consideraba un espacio seguro, hasta ese día. Aquella tarde estaba comprobando con mi compañero, un circuito que por algún motivo no funcionaba. Buscábamos con el polímetro las causas y cuando estábamos a punto de dar cerco a un cortocircuito… ¡zas! Se oye de fondo: “Hola buenas tardes… (y con voz de alegre sorpresa) ¡pero bueno! ¡Ya tenía yo ganas de venir a esta oficina y encontrarme a una mujer guapa!”

Levanto la cabeza, todavía con el polímetro entre las manos y veo dos señores de unos 50-60 años encorbatados. “¿Cómo dices?” Fue mi reacción - sintiendo cómo un volcán de enfado me invadía el cuerpo de la tripa a la cabeza.- “No te preocupes, si nosotros no somos machistas, tenemos hijas los dos” dijo el otro componente de esta desaguisada pareja. “y además inteligente! ¡Claro, claro!” Repitió el individuo que tuvo a bien opinar sobre mi careto sin habérselo pedido y muy irrespetuosamente. “no te he pedido opinión” le contesté. Se echaron a reír y vi que no había mucho más que hacer por mi parte.

Yo sabía que esa tarde mi jefe se iba a encontrar con unos inversores. No sabía si eran estos dos señores que, de repente, habían interrumpido de una muy mala manera mi concentración en el circuito y mi calma en el espacio de trabajo. La reacción posterior confirmó que eran ellos: saludos nerviosos y un “mejor nos vamos a la sala de reuniones”.

Me alejé de la puerta y me senté 3 metros más allá, en mi escritorio. Enfadada y sin tener claro si debía montar un pollo (cosa muy desagradable, por cierto, al menos para mí) o si callarme la boca. El susodicho se paseó entonces por toda la oficina, también por detrás de donde yo me encontraba sentada. Yo hacía como que anotaba cosas en el cuaderno aguantando las lágrimas de rabia. 

Esperé a que se fueran. Respiré y fui al baño. Volví e intenté concentrarme de nuevo en mi circuito. Era misión imposible. Decidí que ese día mi jornada laboral iba a terminar unos minutos antes de lo habitual. Me fui corriendo del trabajo, cruzándome con ellos de nuevo en la salida. 

Sentí vergüenza. La vergüenza que debían haber sentido ellos tres, cada uno a su medida por acción o por omisión. Sentí enfado por vivir algo que yo no había elegido y verme en un callejón sin salida, donde cualquier cosa que hiciera iba a ser vista como una reacción exagerada. Elegí casi inconscientemente lo que se supone que ha de hacer alguien de mi sexo leído: no hacer nada, ser una buena mujer (callar y asumir).

Lo que si tengo claro es que nunca les justifiqué, a ninguno de los tres vergonzantes hijos sanos del patriarcado. Salí pitando de allí, llamé a mis amigas y quedamos rápidamente de emergencia. Consuelo de la red de apoyo (amigas maravillosas) era ya mi mejor medicina contra el patriarcado. “no has podido hacer más”, “vaya machirulo”, “qué asco”, “tía, normal que te disgustes” … y poco a poco la rabia fue dando lugar a la creación. “tendríamos que hacer algo con esto” dijo una amiga. “sí, decirle que es el machista del día y darle un premio”. Dijo otra. Nos reímos las tres. Y de repente… “¿y si le sacamos una tarjeta roja? Esto con el fútbol lo entienden perfectamente estos señores, ¿no?” Las risas nos colmaron durante medio minuto. “¡O mejor! Les sacamos la tarjeta morada. ¡Al machista del día tarjeta morada! ¡Hagamos tarjetas moradas! “Estefa, imagínate que en ese momento vas a tu escritorio coges una tarjeta y se la das y le dices: hoy, te la has ganado tú.”

Hicimos el diseño, imprimimos cien y colgamos en la web este Word para que tú misma, mismo o misme puedas imprimirlas y usarlas si quieres.

Aún noto el calor en la tripa cuando recuerdo aquellos momentos. No me quiero imaginar a Jennifer Hermoso el día que su jefe decidió ir mucho más allá de lo que fueron conmigo en esta ocasión. Por suerte, cada vez más vamos perdiendo la vergüenza de contar nuestras vivencias indeseables, las violencias que, por muy suaves que sean, van dejando huella en nuestros cuerpos. Han pasado casi 5 años de aquello y es la primera vez que lo cuento, con pelos y señales, en público. Gracias Jenni. #seAcabo

 


Así que ya sabes,

#almachistadeldiaTarjetamorada

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